Las manchas en la piel de mi abuelita

Me pregunto abuelita si las manchas en tu piel son un conjunto de todos tus logros alcanzados. 

O historias de cada ciudad que pisaste. 

O recuerdos de todos los momentos con los que has tejido mi vida. Cada pozole cumpleañero hasta que tuve 23, cada billete de 20 enrollado en tu mano, que cambió de denominación como cambiaron tus cabellos y mis años. Tus esmeros porque creciera 5 cm más puestos dentro del huevo crudo y la emulsión de Scott o todas las porras que me echaste desde que tenía 6 hasta el día que me gradué. 

Me pregunto si ahí se esconden mis lágrimas de cuando tenía 16 por no poder comprender el mundo en el que crecía, y que a pesar de que ni tú lo entendías me sanaste con esos brazos fuertes y suaves. ¿Acaso fueron mis dolores que vertidos en agua mancharon tus brazos, Abuelita?

¿Acaso en esas lunas cafés podré hallarte cantando mientras preparas tu deliciosa salsa de chile guajillo con las que nos comemos los tacos de queso, chapulines y la última noticia familiar? 

¿Es a esas estrellas de chocolate que va tu sonrisa cuando estás fatigada?

A veces me gusta acostarme en tu regazo y observarlas, darle vuelta a tu manos y revisar si en esas formas te encuentro cocinando esas sopas que deben estar en una enciclopedia de medicina ancestral, ¡porque te curan todo! Cruda de copas pasadas y crudas morales de historias estropeadas, excelentes para sanar aquello que se fue y no volverá. 

Las exploro con tanto esmero que estoy segura que he encontrado las coordenadas de tu galaxia interior. Sé de qué están hechos tus sueños, porque se han unido con los míos, el tejido de tus manchas y mis diminutos rastros cafés se han unido por un amor profundo y enorme como el mar. 

Y sé que en mis, ahora diminutas, manchas cafés en unos años te voy a encontrar.

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